Focas, esas simpáticas bigotudas, además de graciosas son unas verdaderas madrazas. Amamantan a sus crías durante el primer mes de vida y llegan a producir una leche con una proporción de más de un 60% de grasa, que ayuda a sus pequeñas a crear las capas aislantes necesarias para mantenerse calentitas en los gélidos hábitats donde viven.
Las madres reconocen a sus bebés por el olor y se relacionan con ellos mediante unos sonidos que estos memorizan. Como en otras especies, si la madre no es capaz de recordar a su cría olfativamente, la abandona y no la alimenta.
Delfines, ¿Cómo le ponemos de nombre? Cuando los delfines nacen, sus madres son sus profesoras desde el primer momento: les enseñan a respirar, nadar, cazar y jugar, e incluso les educan en técnicas de autoprotección para prevenir los ataques de sus depredadores, cómo dormir con un ojo abierto y la mitad del cerebro activo.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Southern Mississippi (US), ha descubierto que las madres delfinas unas semanas antes del parto comienzan a emitir un silbido particular, algo así como un “nombre” para dirigirse al bebé y advertirle sobre los peligros del mar. Toda la comunidad se implica en ello, reduciendo el volúmen de sus comunicaciones para facilitarle las cosas al nuevo miembro.
Recientemente un equipo de la Universidad de Murdoch en Perth (Australia), pudo comprobar en las costas australianas que durante el verano austral (de diciembre a febrero) y a principios del otoño (marzo), las delfinas se juntaban con otras madres para compartir la crianza de sus pequeños en grupos de unos veinte ejemplares, algo parecido a nuestras guarderías o grupos de lactancia.
Ballenas jorobadas, un código secreto. Si las ballenas jorobadas trabajasen en una oficina necesitarían un permiso de maternidad porque los pequeños ballenatos dependerán totalmente de ellas durante su primer año de vida.
Los bebés desde muy pronto tienen que surcar los océanos para hacer sus migraciones, expuestos a todos sus peligros, que en su caso no tienen forma de coches o enchufes como para los bebés humanos, sino de enormes orcas.
Según el equipo de Simone Videsen, de la Aarhus University, las ballenas jorobadas han desarrollado un tipo de código con sus crías, similar a ‘susurros’, para no ser detectadas por las orcas. En ocasiones el tráfico marítimo dificulta estas “conversaciones” subacuáticas, suponiendo un riesgo para su supervivencia.
Orcas, las mejores abuelas. Las hembras de orca son una de las tres especies animales, además de los humanos, que a edad madura alcanzan la menopausia. Sin embargo continúan viviendo muchos años después de dejar de ser fértiles. Cuando esto sucede, como nuestras abuelas, colaboran con sus crías adultas en la alimentación y cuidado de las nuevas generaciones.
Los biólogos marinos tienen certezas de que estos enormes animales tienen respuestas emocionales similares a las de los humanos y los simios.
Uno de los comportamientos más curiosos observados en las mamás marinas ha sido el de una orca. Sucedió recientemente y se convirtió en un fenómeno viral, por las imágenes del dolor y amor de la madre al perder a su cría, que empujaba desconsolada su cadáver durante millas y millas por el mar.
Pulpos, las ‘mamá coraje’. Los pulpos, o en este caso las pulpas, son animales súper protectores con sus crías, tanto que llegan a olvidarse de sí mismas e incluso de alimentarse para quedarse junto a sus huevos hasta que eclosionan.
El tiempo que tardan en eclosionar estos huevos varía en función de las especies. Mientras en algunas se produce en solo un par de meses, la hembra de la especie Graneledone boreopacifica, que vive en las profundidades del Pacífico, puede estar incubándolos hasta cuatro años y medio.
Generalmente este desgaste les produce la muerte, por eso las mamás de esta especie son consideradas unas auténticas heroínas del reino marino.
Caballitos de mar: papá es mamá. Quien no haya visto la imagen de un caballito de mar dando a luz a sus crías se pierde un gran espectáculo: una verdadera lluvia de miles de diminutos caballitos al que precede un hermoso cortejo. Esta es la única especie en la que es el macho, y no la hembra, quien da a luz a su descendencia.
Mientras el macho está pariendo, la hembra puede ocuparse en producir más huevos para volver a liberarlos inmediatamente en la bolsa incubadora de su compañero, que se encargará de fertilizarlos de nuevo.
Estos animales son, además, una de las pocas especies monógamas del reino animal ,que se mantienen fieles toda la vida.
Manatíes, mamás ‘sirena’. Este curioso animal marino con apariencia un poco prehistórica era confundido por los marineros con las sirenas en la antigüedad.
Su nombre ya nos da algunas pistas: la palabra tiene su origen en una taína que significa “pecho” y es que los manatíes son animales mamíferos, que dan de mamar a sus crías hasta que ya tienen su dentadura preparada para comer alimentos sólidos por sí mismas.
Cada par de años aproximadamente sus hembras dan a luz a sus “cachorros”, de los que no se separan ni a sol ni a sombra, por lo menos durante los dos primeros años de vida.
Tortugas marinas, las “malasmadres” del océano. Una de las especies más antiguas y longevas, las tortugas marinas, son también de las más curiosas en lo relativo a su reproducción, y quizás las madres más “despegadas” con sus crías.
Tras recorrer enormes distancias para desovar en la arena, nunca vuelven a conocer a sus pequeños, cuyo sexo depende de la temperatura del nido: si es más cálido serán hembras; si es más fría, machos.
Las pequeñas deben ser autosuficientes desde el nacimiento y conseguir llegar al agua por sí solas esquivando todo tipo de peligros (lo que hace que sea solo un pequeño porcentaje de ellas las que sobrevivan). Ya están preparadas para “la universidad de la vida”.
Pingüinos: esto sí es custodia compartida. Lo de las familias de pingüinos si que es una verdadera custodia compartida, pero en este caso con los roles invertidos respecto a nuestra clásica estructura familiar. Aquí los padres son los que se quedan cuidando de los huevos y los mantienen calentitos y las madres las que salen a pelearse con el entorno y a traer la comida, como unas auténticas guerreras.
Las madres están fuera durante varios meses y no suelen volver hasta que el pequeño ha salido del huevo. De los tres huevos que suelen poner cada año, normalmente no sobrevive más que uno. Sus reacciones de amor, al conocerles, o de tristeza, si los pierden, son casi, casi humanas.
Una vez nacido el polluelo, ambos padres se reparten la tarea e, incluso, en las colonias de pingüinos se llegan a organizar en una especie de ‘guarderías’ para cuidar de todos los pequeños mientras los progenitores se turnan para salir a pescar.
Mantis marina, mamá ‘karateca’. Este crustáceo marino es llamado así por su gran parecido con el famoso insecto, célebre porque sus hembras devoran a los machos después de la cópula. Vive en aguas marinas de poca profundidad, sobre todo en regiones tropicales y subtropicales. Su principal arma, además de sus protuberantes y sofisticados ojos, es la fuerza de sus pinzas terminadas en afiladas púas, con las que no dudan en triturar a cualquiera que ose a acercarse a sus nidos para proteger sus huevos.
Aunque hay cientos de subespecies de este animal, muchas son monógamas. Son capaces de organizarse y dividir las tareas “del hogar”: el cuidado de los huevos y la caza. La pareja permanece unida como un matrimonio consolidado y pueden tener hasta 20 o 30 crías en alrededor de dos décadas, el tiempo que pueden llegar a vivir.
Osa polar, mamá ‘abnegada’. Los oseznos polares están entre los animales más adorables del planeta. Lamentablemente sus madres solo se reproducen una vez cada dos o tres años. Generalmente lo hacen entre abril y mayo para que les de tiempo a prepararlo todo antes de la hibernación. Como las madres humanas, la futura mamá necesita organizar bien su despensa, sus reservas y el nidito donde pasará el invierno gestando a sus cachorros.
El año se estrena con nuevos miembros en casa, porque en enero, mamá osa dará a luz a entre uno y tres oseznos, a quienes amamantará durante más de dos años. Con ella pasarán casi todo el tiempo dentro de la madriguera para protegerse del frío y de sus depredadores y aprenderán a andar y a cazar en el hielo.
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